Te fuiste. No te empuje a ello, pero lo hiciste. Decidiste. Por ti, por mi,
por lo que ya no iba a ser.
Te alejaste, te distanciaste porque era la única forma de controlar esa descarga
eléctrica que nos arrasa cuando nos vemos.
Elegiste el camino fácil. Y ambos sabemos que te lo perdoné todo, hasta lo
que los dos sabíamos que nos pasaría factura de por vida.
Yo supe desde el primer momento, que lucharía con uñas y dientes si era
necesario, que lo enterraría todo, sólo por tenerte al lado. Pero no a
cualquier precio. Tú tenías que querer estar conmigo. Tenías que elegirme…
A día de hoy aún me pregunto qué pasó, cómo pudo pasar, en qué momento.
Podemos mentir, mentirnos. Fingir que no tiemblo entera cuando te veo,
aunque sea de lejos. Fingir que no buscas sentarte a mi lado, y que es
casualidad que aunque seamos 20, tu silla siempre quede al lado de la mía.
Benditos amigos en común que nos lo facilitan todo eh!
Y puede que a la mayoría de gente la engañes. Que les pasen desapercibidas
tus miradas, tus “juegos de las sillas” para acabar sentándote a mi lado. Pero
para tu desgracia, los hay que te conocen incluso más que yo. Y hasta ellos
piensan que estás haciendo el imbécil. ¿Sabes cuál fue el consejo de tu
hermano?: “Pasa de él, es idiota si no es capaz de verlo”. TU HERMANO.
¿Te das cuenta? Podemos hacerlo, mentir, pero de vez en cuando, fallan las
fuerzas (te fallan a ti, porque lo cierto es que yo me limito a la distancia
que tú impones), y suena un whatsapp.
“Te he visto y no he podido no escribirte. Me apetecía hablar contigo”
Y lo cierto es que te apetece mucho más. Lo jodidamente cierto es que eres
incapaz de alejarte del todo, incapaz de
ver cómo me marcho (no digamos ya si marcho con otro). Eres incapaz, como tú
mismo me confesaste, de olvidar mi olor,
de verte arrastrado a recuerdos que siempre te hacen sonreír.
Lo repito: fue tu elección.
He llegado a la conclusión de que es tu miedo quien decide. Y te deseo
suerte, porque si dejas tu vida en manos del miedo, la vas a necesitar.